La mayoría de nosotros hemos recibido un regalo que nos encantó. Percibimos con facilidad cuando la persona que nos lo dio nos ama, y que pensó en cada detalle. Es evidente cuando anhela que lo disfrutemos. Quizá sacrificó parte de su salario o invirtió mucho tiempo en elaborarlo. De cualquier forma, su intención es parte de lo que hace al regalo tan especial.
Cuando Dios libró a Israel de la esclavitud de Egipto, les estaba obsequiando algo de sumo valor: libertad. Junto con ello les hizo una promesa, registrada en Éxodo 6:7: «Te tomaré como pueblo mío y seré tu Dios. Entonces sabrás que yo soy el Señor tu Dios, quien te ha librado de la opresión de Egipto».
El asunto aquí es que la generación de israelitas en cuestión había nacido y crecido en esclavitud. No sabían lo que era trabajar para después disfrutar el fruto de su labor, mucho menos lo que era descansar. No habían experimentado el tener voluntad propia o posesiones suficientes, y no habían aprendido qué hacer con ellas. Quizá tampoco sabían lo que era ser escuchados, tomados en cuenta o tratados con dignidad.
¿Te imaginas su condición física, espiritual y emocional? A pesar de ello, fue bajo esas circunstancias que Dios les dio el regalo. Claramente no estaban preparados para aprovecharlo al máximo, pero Dios mismo se comprometió a mostrarles cómo hacerlo. No parecían ser los más aptos para recibir la misión de ser ejemplo a otros de lo que significaba que Dios los gobernara, ¿pero no es así como Dios suele trabajar?
Al reconocer el señorío de Jesucristo sobre nuestra vida, pasa algo similar. Junto con el costoso regalo de la salvación, también se nos da libertad verdadera. De pronto tenemos autoridad para redirigir el rumbo de nuestra vida: «Antes ustedes eran esclavos del pecado pero, gracias a Dios, ahora obedecen de todo corazón la enseñanza que les hemos dado» (Rom 6:17).
Así como a Israel en su momento, nuestra liberación exige que cambiemos la manera en la que nuestra cultura o entorno nos ha enseñado respecto a cómo manejar lo que Dios nos da. Dediquemos este año a ir paso a paso, mes a mes, dejando que Dios nos instruya sobre cómo disfrutar y ejercer nuestra libertad de forma plena.
Nos enfocaremos en aprender a cuidar y cultivar dos espacios cruciales para nuestra fe: nuestro cuerpo y nuestro hogar. Hemos preparado material para juntos escuchar la voz de Dios y ser renovados. La invitación es a rendir nuestra sabiduría ante la de Dios para honrar su valioso regalo de cada día, y que a través de ello otros vean lo bueno que Él es, y le sigan también.
– Con mucho cariño, el equipo de Intenzion
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